martes, 22 de diciembre de 2009

La muerte de un fotógrafo


Juantxu Rodríguez murió asesinado el 22 de diciembre de 1989 por tropas americanas en Panamá. Su asesinato quedó impune, al igual que el del periodista José Couso, asesinado en Irak. Un beso, Maruja.

Este es el post con el que le recuerda Gervasio Sánchez en su bitácora 'Desastres de la guerra'.



Las fechas suelen ser caprichosas y, a veces, se producen curiosas coincidencias. Hace 20 años estaba en Chile como hoy. Se celebraban las primeras elecciones democráticas después de 17 años de violencia y muerte. Había un ambiente festivo y más de un millar de periodistas extranjeros.

Una coalición de centro izquierda había ganado las elecciones a la derecha más extrema, vinculada con la dictadura sangrienta del criminal Augusto Pinochet.

Hoy esa coalición está a punto de perder el poder después de dos décadas. Hay grandes posibilidades de que se produzca el regreso de la derecha al gobierno por la vía de las urnas. Algo que no pasaba en Chile desde 1959.

El problema es que algunos de los que pueden formar parte del próximo gobierno colaboraron con el régimen militar. Lo peor: nunca han pedido perdón (muchos son miembros del Opus Dei) ni se han arrepentido por los miles de ejecutados y desaparecidos.

Hace 20 años un día tal como hoy se produjo la invasión de Panamá. Y un día tal como mañana un joven fotógrafo llamado Juantxu Rodríguez murió bajo las balas de los soldados estadounidenses en el mismo país.

Unos días antes, el sábado 16 de diciembre de 1989, Juantxu Rodríguez, el fotógrafo italiano Ivo Saglietti y este servidor cenamos plácidamente en un restaurante santiaguino de la calle Pío Nono en el barrio de Bellavista.

Hablamos mucho del presente y el futuro. Creíamos que venían tiempos más pacíficos. Acababa de caer el muro de Berlín. Había un agotamiento en Centroamérica después de décadas de guerras. Los soviéticos (ya eran simples rusos) habían abandonado Afganistán. Chile recuperaba la democracia.

Aunque Juantxu no era un fotógrafo especializado en conflictos armados los protagonistas de sus trabajos eran los excluidos y olvidados de nuestras sociedades opulentas.

Después de unos piscos sour (el aperitivo chileno de origen peruano por excelencia) y una botella de buen vino chileno nos despedimos con fuertes abrazos como habitualmente solemos hacer los periodistas. Siempre he pensado que es una especie de último abrazo por si la dama negra se cruza en nuestro camino.

Juantxu estaba realizando con la gran periodista Maruja Torres un reportaje sobre los jesuitas en América Latina después del asesinato un mes antes en El Salvador de Ignacio Ellacuría y de otros cinco religiosos de esa congregación. Ese domingo volaba a Brasil y el lunes llegaba a Panamá.

Aquella noche dormí en casa de Ivo. Por la mañana nos levantamos con una noticia alarmante: un oficial estadounidense había sido asesinado en un confuso incidente por miembros de un grupo paramilitar panameño.

Le recomendé a mi amigo italiano que se quedase unos días en Panamá, donde volaba al día siguiente para luego continuar su viaje a Nicaragua. “Algo gordo va a pasar”, recuerdo que le dije.

Juantxu y Maruja llegaron a Panamá desde Brasil ese lunes 18 de diciembre. Antes de bajar del avión decidieron separarse. La periodista se hizo pasar por turista y no tuvo problemas para entrar en el país. La voluminosa bolsa con las cámaras delató al fotógrafo.

Ivo, que llegó en otro avión desde Chile, tampoco consiguió convencer a las autoridades aeroportuarias de la bondad de su escala en Panamá. Ambos fotógrafos pasaron varias horas en el aeropuerto conversando de lo divino y lo humano. Como si siguieran en el restaurante chileno.

La única alternativa que les quedaba era volar a Costa Rica y desde allí entrar por tierra en Panamá. Cuando estaban a punto de cerrar sus vuelos, llegó el embajador de España, Tomás Lozano con el permiso de entrada para Juantxu. Los dos fotógrafos se despidieron con otro intenso abrazo.

El gobierno estadounidense llevaba preparando la invasión desde hacía meses y sólo esperaba una excusa para dar la orden. En mayo de 1989 el general Manuel Noriega, el hombre fuerte panameño, había anulado unas elecciones ganadas claramente por la oposición.

La madrugada del 20 de diciembre comenzó la invasión. Primero bombardearon salvajemente la capital y después la ocuparon con miles de soldados. Dos días después el supuesto ejército de Noriega se había desintegrado y éste se había refugiado en la nunciatura apostólica.

Juantxu aprovechó la gran ocasión para hacer magníficas fotografías durante toda la jornada. Al día siguiente, El País publicaba una imagen suya tomada en el depósito de cadáveres. Había muy pocos fotógrafos en la ciudad y aquella fotografía dio la vuelta al mundo.

La prensa internacional se había concentrado en la frontera costarricense a la espera de sortear el bloqueo. Noriega y los estadounidenses estaban de acuerdo en un solo punto: no querían testigos oculares de lo que estaba pasando en aquel país.

Juantxu y Maruja decidieron ir al hotel Marriot a recoger sus pertenencias después de un día y dos noches de continuo trabajo. En los alrededores del hotel se produjo un tiroteo y una bala alcanzó al joven fotógrafo español, matándole en el acto.

La fotografía de Juantxu, tumbado en el suelo con su cámara alrededor del cuello, se convirtió en un icono de la barbarie de aquella invasión relámpago que acabó con la vida de miles de panameños.

La experiencia no sirve de mucho cuando los que disparan no respetan las mínimas reglas de combate a las que están obligados los soldados profesionales. La ráfaga que mató a Juantxu alcanzó a otros dos fotógrafos muy experimentados: el francés Patrick Chauvel, una leyenda viva del periodismo de conflicto, que sobrevivió de milagro a sus graves heridas en el estómago, y el británico Malcom Linton, herido en un tobillo.

Juantxu murió trabajando en la delgada línea que separa la vida de la muerte cuando se instala el caos y el horror y dio una gran lección de pundonor y de saber periodístico tal como demuestran sus últimas imágenes, que se pueden ver en la exposición de la Escuela Efti de Madrid o en el hermoso libro de bolsillo editado por La Fábrica.

La jornada de aquella invasión me pilló en un mar de dudas. Tenía el regreso aéreo a Madrid para el día siguiente, pero quería volar a Panamá. Aunque sabía que el aeropuerto estaba cerrado y que podría quedarme atascado en alguna frontera vecina. Además, llevaba casi tres meses viajando de forma continuada y dando saltos por América Latina.

Durante el viaje de regreso a Madrid intenté sintonizar alguna emisora en onda corta, pero fue imposible. Me quedé de piedra cuando vi en las portadas de todos los diarios el cuerpo de Juantxu tirado en el asfalto. El taxista me preguntó por qué lloraba y yo sólo pude enseñarle la portada del diario.

Un año después regresé a Panamá para realizar un reportaje conmemorativo. En el avión me encontré con un familiar del embajador Tomás Lozano. Me dijo que éste estaba deprimido y que se sentía culpable por la muerte de Juantxu por conseguirle el salvoconducto de entrada en el país.

Siempre he pensado que una decisión puede costarte o salvarte la vida. ¿Quién lo puede saber con antelación? Puedes caminar por una calle de una ciudad situada, doblar una esquina o quedarte mirando un afiche destrozado de un lejano concierto de rock. Esos segundos te pueden matar o te pueden salvar de la siguiente bomba. Ha pasado muchas veces en zonas de guerra.

Me quedo con las palabras de Maruja Torres cuando describe el comportamiento del fotógrafo muerto minutos después de que comenzase la invasión nocturna estadounidense: “Juantxu usó la puerta que comunicaba nuestras habitaciones para entrar en la mía y, con su audaz sonrisa de joven reportero gráfico sin miedo, exclamó: “¡Han invadido! ¡Tengo montado el trípode!”.

Me quedo con las palabras que Maruja Torres escribió en la necrológica del gran embajador Tomás Lozano fallecido en marzo de 2008: “Don Tomás pertenecía a la estirpe de los imprescindibles. Humanista, valiente, su dedicación a la causa indígena no tenía nada de superficial ni de protocolaria. Durante aquellos tormentosos días de la invasión don Tomás infundió serenidad y actuó como siempre, con la firmeza de lo que era, un hombre bueno y justo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario
• Debes saber que en esta bitácora la opinión y el comentario de quienes participan activamente en la conversación no están moderados, el sistema hace que se publiquen de forma automática e inmediata (salvo aquellos que puedan ser retenidos por considerarse spam y que, una vez detectado, se publicarán). Por eso, además de agradecerte tu aportación, te rogaría que evitaras cualquier tipo de insulto o descalificación personal a la hora de expresarte. En cualquier conversación que se ofrezca, los insultos y las descalificaciones no aportan absolutamente nada.

• Se permiten las aportaciones seudónimas, es perfectamente entendible, aunque esta actitud se convierte en contraproducente cuando se usa para insultar o descalificar personalmente; para utilizar varias identidades o para, simplemente, reiterarse sobre alguna materia.

• El editor de esta bitácora se reserva la opción de poner en cuarentena cualquier aportación que no respete estos criterios.

• Utiliza el correo electrónico de la bitácora si quieres proponer algún tema o texto para su publicación.