La Organización Médica Colegial (OMC), en boca de su Presidente, ha afirmado que España se encuentra inmersa en una "epidemia de miedo" provocada por una "enfermedad fantasma" que se está combatiendo mediante "respuestas exageradas". Con respecto a este asunto traigo aquí un artículo que publicó ayer el periódico digital 'Nueva Tribuna'. Su autor es Juan José Téllez. Escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión) y cuya Bitácora es de visita recomendada. Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.
Gripe A: ¿A dónde irán los besos?
El Sida acabó con el amor libre y la gripe A puede acabar de un momento a otro con la ternura. Las autoridades sanitarias recomiendan que no nos besemos, que nos digamos simplemente “hola”, como si fuéramos nórdicos y ni siquiera podamos frotarnos las naricitas como los esquimales. ¿Quién dijo que el siglo XXI acabaría con el romanticismo? Seguro que Bécquer o Goethe estarían felices de escribir en una época en la que resulta más fácil que nunca morir por amor.
La pandemia de origen porcino, que se ha originado como variante de la cepa H1N1, sólo beneficiará, como siempre, a la industria farmacéutica. Pero el resto del vecindario lo tiene chungo, desde los escolares a los representantes públicos a quienes tanto gustan los baños de multitudes. Al margen de las muertes, que presumiblemente van a contarse a cientos, este fenómeno dejará un largo rastro de absentismo en todos los órdenes vitales, por lo que tampoco beneficiará a aspectos menos prioritarios como la marcha de nuestra maltrecha economía o de nuestros manifiestamente mejorables niveles educativos.
¿Por qué alarma tanto la gripe A cuando a escala mundial los expertos no se ponen de acuerdo en los caídos bajo la gripe común, que vienen oscilando a nivel planetario entre 250.000 y 500.000 muertos por año, dependiendo de la virulencia del virus y del rigor de los inviernos? Tan sólo en España, la incidencia anual de esa gripe estacional oscila entre 3.000 y 8.000 personas. La única diferencia quizá estribe en que las víctimas de esos catarros convencionales suelen ser personas relacionadas con lo que el mundo estadístico denomina como “clases pasivas”. En este caso, sin embargo, no hay distingos y este hijo del Influenzavirus A se lleva por delante lo que se le antoje, siempre y cuando el paciente no goce de defensas con cinturón negro. Esa es, probablemente, la causa de la alarma: en un mundo dominado por la estética del mercado, no importa tanto el número de muertes sino la supuesta calidad laboral o vital de los interfectos.
A caballo entre la sensatez y el sensacionalismo, quizá convendría reflexionar sobre tales circunstancias. Y no sólo cabría preguntarnos, con Víctor Manuel, a dónde van los besos que dejamos de dar, sino por qué no establecemos las mismas cautelas respecto a otras muertes que parecen no inquietarnos tanto. Hace unas semanas, por ejemplo, Ecologistas en Acción presentaba un sesudo informe que venía a demostrar como 16.000 personas morían cada año en España por respirar aire viciado, ya que alrededor del 84% de nuestros compatriotas se mueven en una atmósfera de mala calidad, con valores muy inferiores a los aconsejados por la Organización Mundial de la Salud y las directivas de la Unión Europea. ¿Por qué no cargamos las tintas sobre este asunto? ¿Quizá porque no sea negocio sino todo lo contrario?
Similares interrogantes podríamos formular a propósito de los 16.000 compatriotas que cada año fallecen por enfermedades laborales; los 14.000 muertes anuales que se computan en este país por reacciones adversas a los medicamentos, o los 9.000 españoles que, como promedio, mueren cada año como consecuencia de una muerte súbita cardíaca. Puestos a elegir, quizá fuera preferible el alarmismo. Porque, en este peculiar mundo de extremos, el péndulo baila entre las primeras noticias de los informativos y el silencio del desprecio más absoluto: ¿alguien nos hubiera dicho a comienzos de los 80 que íbamos a acostumbrarnos a 2.000 muertes anuales por SIDA, que son las que la Península sigue registrando año tras año, e incluso nos daríamos con un canto en los dientes porque no fueran más?
A ciencia cierta, todavía sabemos poco de la Gripe A. Y puede que lo que vayamos sabiendo se nos antoje espeluznante. Pero conocemos mucho, por ejemplo, del cáncer de mama y cada año perdemos a 7.000 españolas en ese trance. No veo grandes titulares al respecto en las primeras planas de nuestros temores colectivos.
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